lunes, enero 31, 2005

Capítulo X

Empiezan los diálogos con sustancia entre don Quijote y Sancho. El caballero instruye a su escudero en las vicisitudes de la caballería andante. En este caso, hablan sobre la comida:

«—Aquí trayo una cebolla y un poco de queso y no sé cuantos mendrugos de pan —dijo Sancho—, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.
—¡Qué mal lo entiendes! —respondió don Quijote—. Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo, que, aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores. Y, aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque, en efecto, eran hombres como nosotros, hase de entender también que, andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto, ni querrás tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de sus quicios.
—Perdóneme vuestra merced —dijo Sancho—, que, como yo no sé leer ni escribir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión caballeresca, y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo genero de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de más sustancia.»

viernes, enero 28, 2005

Capítulo IX

El anterior capítulo terminó en un momento álgido de la narración, es decir, cuando están «las espaldas en alto» en la batalla que mantienen don Quijote y el vizcaíno. El noveno capítulo abre la segunda parte de las cuatro que contenía la edición de 1605, retomando la acción donde quedó suspendida. Pero la historia continúa a partir del manuscrito de esa segunda parte -de un autor morisco al que hubo de traducir- que Cervantes dice haber encontrado. Antes de seguir con la novela, explica estas circunstancias y descarga en el imaginario historiador Cide Hamete Berengeli la responsabilidad del relato:

«Otras algunas menudencias había que advertir; pero todas son de poca importancia, y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala como sea verdadera. Si a esta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos, aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y así me parece a mí, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En esta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del sujeto».

domingo, enero 23, 2005

Capítulo VIII

Hay un solo capítulo que podría reunir toda la carga simbólica del Quijote. La aventura de los molinos de viento que eran gigantes:

«En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ¿ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer?; que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves —respondió su amo— de los brazos largos; que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes, y, si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:
—¡Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete!»

jueves, enero 20, 2005

Capítulo VII

«En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien -si es que ese título se puede dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salir con él y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas don Quijote, que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador de ella. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza -que así se llamaba el labrador- dejó su mujer e hijos, y asentó por escudero de su vecino».

Parece que don Quijote conocía bien a Sancho Panza. Despliega todo su poder de persuasión para conseguir que sea su escudero. Pero convence finalmente a su vecino con la promesa de una ínsula. Quizás el mayor anhelo de Sancho Panza: volver a donde su mujer e hijos convertido en poderoso gobernador del territorio ganado por el caballero andante al que va a servir.

domingo, enero 16, 2005

Capítulo VI

El cura y el barbero le piden la llave a la sobrina para entrar en la librería de don Quijote, donde más de cien libros esperan el 'auto de fe' que los arrojará a la hoguera. Entre los títulos que salen en la conversación están "Los cuatro de Amadís de Gaula", "Las Sergas de Esplandián", "Don Olivante de Laura", "Florismarte de Hircania", "El Caballero de la Cruz", "Palmerín de Oliva" y "Las Lágrimas de Angélica", libros de caballería y novelas pastoriles que se publicaron en la época.

Una de las que encuentra el barbero es "La Galatea" de Miguel de Cervantes. En palabras del cura leemos esta crítica a la novela de Cervantes, que se salva de las llamas como algunos otros títulos: «Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y, entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre».

viernes, enero 14, 2005

Capítulo V

La sobrina de don Quijote habla con el barbero y el cura sobre la causa del mal que aqueja a su tío: los libros de caballería.

«Sepa, señor maese Nicolás -que éste era el nombre del barbero-, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches: al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recibido en la batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísisma bebida que le había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros (que tiene muchos), que bien merecen ser abrasados como si fuesen de herejes».

lunes, enero 10, 2005

Capítulo IV

Este capítulo da cuenta de la aventura de Andrés, el mozo que es apaleado por su amo hasta que lo oye don Quijote. El caballero andante cree que sus palabras convencen a quien también considera un caballero, el rico Juan Haldudo: le ordena que deje de pegarle y que pague los justos reales que debe al criado. Pero cuando don Quijote se da la vuelta y desaparece por el camino, el amo de Andrés vuelve a las andadas pegando al muchacho con más saña. Los ideales defendidos por don Quijote muestran que deseo y realidad no coinciden en el mundo que rodea al caballero.

La siguiente aventura no tarda en llegar: «Y, habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un grande tropel de gente que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie». El romántico motivo que inicia la disputa con los mercaderes queda explícito en las palabras que les lanza don Quijote: «Todo el mundo se tenga si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso».

domingo, enero 09, 2005

Capítulo III

El ventero ordena caballero a don Quijote en una peculiar ceremonia que tiene mucho de cómica. Estando don Quijote de rodillas, le da un pescozón en el cuello y un espaldarazo con su propia espada, mientras con un libro de contabilidad simila unas oraciones. Sigue con la ayuda de las dos rameras:

«Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada dijo la buena señora: Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero, y le dé ventura en lides. Don Quijote le preguntó como se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón, natural de Toledo, que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que donde quiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que por su amor le hiciese merced, que de allí en adelante se pusiese don, y se llamase «doña Tolosa». Ella se lo prometió; y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada. Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó don Quijote que se pusiese don, y se llamase «doña Molinera», ofreciéndole nuevos servicios y mercedes».

miércoles, enero 05, 2005

Capítulo II

En la primera salida de don Quijote, ya empieza a funcionar su imaginación. Y se para en una venta que no es castillo, donde encuentra unas damas que no son tales. El bacallao o abadejo que le dan de comer es un plato de truchas para don Quijote.

«Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta por el fresco, y trájole el huésped una porción de mal remojado, y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas. Pero era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos, si otro no se lo daba y ponía; y así una de aquellas señoras sería de este menester; mas el darle de beber no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro, le iba echando el vino. Y todo esto lo recibía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su determinación y salida».

domingo, enero 02, 2005

Capítulo primero

A don Quijote no le hace falta conocer las modernas teorías -de las que la mercadotecnia da buena cuenta- sobre la necesidad de rebautizar a las personas y las cosas cuando varía su naturaleza o cambian las circunstancias. Si un tal Quijada se convierte en el caballero don Quijote y Aldonza Lorenzo en Dulcinea del Toboso, el caballo protagonista no va a ser menos.

«Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis, et ossa fuit», le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo».

Inicio de la andadura

El año en que se celebrará de mil maneras el cuarto centenario de la primera edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es el año que he decidido dedicar a la lectura de la obra maestra de Cervantes. No me interesan especialmente los numerosos actos, homenajes y exposiciones que se realizarán con motivo de tan señalada efeméride. Tampoco me ha ocupado hasta ahora cuanto se ha escrito sobre el Quijote a lo largo de los últimos cuatro siglos. Me acerco a la novela como tantos lectores lo hacen a diario, interesado más en el contenido que en la inevitable dimensión simbólica que acompaña a la obra en castellano más difundida en el mundo. Y descubro el Quijote justamente en el momento en que más personas al mismo tiempo lo descubrirán también, pues la excusa de aprovechar este año para leerlo es más que atractiva.

Por tal motivo abro este blog, que tratará de reflejar mi lectura del Quijote. Será un simple cuaderno de notas que utilizaré para dejar apuntados fragmentos, impresiones y comentarios sobre el Quijote conforme me adentro en sus páginas. Leeré los 126 capítulos que componen las dos partes de la novela a lo largo de 2005, con más o menos regularidad y sin darle prioridad frente a los demás libros que lea. El blog puede terminar siendo cualquier cosa, pues de las sensaciones que me cause la lectura depende el resultado. En diciembre culminará esta andadura que acaba de comenzar. Dejemos paso, pues, a las aventuras del más famoso caballero andante.