martes, mayo 31, 2005

Capítulo XXXVIII

El discurso de las armas y las letras. Palabras del caballero don Quijote que han servido para la reflexión durante siglos.

«Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquellos se premian con darles oficios que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a estos no se pueden premiar, sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven, y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras: materia que hasta ahora está por averiguar según son las razones que cada una de su parte alega; y entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más».

jueves, mayo 26, 2005

Capítulo XXXVII

Don Quijote cree que ha matado a un gigante, pero Sancho le cuenta lo ocurrido con los cueros de vino. Sancho está triste tras comprobar que la princesa Micomicona es realmente Dorotea, quien no podrá ya recompensarles el esfuerzo con los reinos prometidos.

«(...) con malencónico semblante entró a su amo, el cual acababa de despertar, a quien dijo:
—Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante ni de volver a la princesa su reino; que ya todo está hecho y concluido.
—Eso creo yo bien —respondió don Quijote—, porque he tenido con el gigante la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mi vida; y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo; y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra, como si fueran de agua.
—Como si fueran de vino tinto pudiera vuestra merced decir mejor —respondió Sancho—; porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta que me parió, y llévelo todo Satanás».

viernes, mayo 20, 2005

Capítulo XXXVI

Del amor de Dorotea a don Fernando, que se refleja en estas palabras de ella, y de la virtud frente a la nobleza de sangre.

«Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos y admíteme por tu esclava; que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada. No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra. No des tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que, como buenos vasallos, a los tuyos siempre han hecho. Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que pocas o ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres decendencias. Cuanto más que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si esta a ti te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes».

domingo, mayo 15, 2005

Capítulo XXXV

En este capítulo se termina de leer la novela del Curioso impertinente, pero antes irrumpe Sancho para advertir a todos de lo que su señor está haciendo en un cuarto de la venta donde se guardan unos cueros de vino.

«Y con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más estraño traje del mundo: estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias. Tenía en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era del ventero. En el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué; y en la derecha desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante; y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante: que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón y que ya estaba en la pelea con su enemigo. Y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino; lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con don Quijote, y, a puño cerrado, le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y con todo aquello no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo, y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote, mas no con tanto acuerdo, que echase de ver de la manera que estaba».

viernes, mayo 13, 2005

Capítulo XXXIV

Nos cuenta el desarrollo de la breve novela del Curioso impertinente. Amor, engaño, deshonra.

«Atentísimo había estado Anselmo a escuchar y a ver representar la tragedia de la muerte de su honra, la cual, con tan extraños y eficaces afectos la representaron los personajes della, que pareció que se habían trasformado en la misma verdad de lo que fingían. Deseaba mucho la noche, y el tener lugar para salir de su casa e ir a verse con su buen amigo Lotario, congratulándose con él de la margarita preciosa que había hallado en el desengaño de la bondad de su esposa. Tuvieron cuidado las dos de dalle lugar y comodidad a que saliese, y él sin perdella salió: y luego fue a buscar a Lotario, el cual hallado, no se puede buenamente contar los abrazos que le dió, las cosas que de su contento le dijo y las alabanzas que dió a Camila. Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras de alguna alegría, porque se le representaba a la memoria cuán engañado estaba su amigo, y cuán injustamente él le agraviaba».

sábado, mayo 07, 2005

Capítulo XXXIII

Novela del Curioso impertinente. Dos amigos, Anselmo y Lotario, conversan. El primero solicita la ayuda del segundo para tratar de satisfacer su impertinente curiosidad. Pero Lotario no se deja convencer.

«Dime, Anselmo: si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de común parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía estender la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo creyeses así sin saber otra cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle entre una yunque y un martillo, y allí, a pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más si lo pusieses por obra; que puesto caso que la piedra hiciese resistencia a tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama, y si se rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdía todo? Sí, por cierto, dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena; y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre, pues aunque se quede con su entereza, no puede subir a más valor del que ahora tiene, y si faltase y no resistiese, considera desde ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti mesmo, por haber sido causa de su perdición y la tuya».

martes, mayo 03, 2005

Capítulo XXXII

Llegan los personajes que participan de las últimas aventuras a la venta, donde el ventero tiene preparado alojamiento para don Quijote y sus acompañantes. Conversan éstos con el ventero acerca de unos libros guardados en sus aposentos. Entre ellos encuentran, en varios pliegos, una novela que ocupará los próximos capítulos del Quijote:

«Llevábase la maleta y los libros el ventero, mas el cura le dijo:
—Esperad, que quiero ver qué papeles son esos que de tan buena letra están escritos.
Sacolos el huésped, y, dándoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos, escritos de mano, y al principio tenían un título grande que decía: Novela del Curioso impertinente. Leyó el cura para sí tres o cuatro reglones, y dijo:
—Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me viene voluntad de leella toda.
A lo que respondió el ventero:
—Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que a algunos huéspedes que aquí la han leído les ha contentado mucho, y me la han pedido con muchas veras; mas yo no se la he querido dar, pensando volvérsela a quien aquí dejó esta maleta olvidada con estos libros y esos papeles; que bien puede ser que vuelva su dueño por aquí algún tiempo, y aunque sé que me han de hacer falta los libros, a fe que se los he de volver; que, aunque ventero, todavía soy cristiano.»