lunes, agosto 29, 2005

Segunda parte. Capítulo VIII

No puede ser otra más que la envidia la causa de que la señora Dulcinea del Toboso no aparezca ante los ojos de todos como lo que es, una hermosa doncella.

«¡Que todavía das, Sancho —dijo don Quijote—, en decir, en pensar, en creer y en porfiar que mi señora Dulcinea ahechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va desviado de todo lo que hacen y deben hacer las personas principales que están constituidas y guardadas para otros ejercicios y entretenimientos, que muestran a tiro de ballesta su principalidad! Mal se te acuerdan a ti, oh Sancho, aquellos versos de nuestro poeta, donde nos pinta las labores que hacían, allá en sus moradas de cristal, aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas, y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas. Y desta manera debía de ser el de mi señora cuando tú la viste, sino que la envidia que algún mal encantador debe de tener a mis cosas, todas las que me han de dar gusto trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen, y, así, temo que en aquella historia que dicen que anda impresa de mis hazañas, si por ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas por otras, mezclando con una verdad mil mentiras, divertiéndose a contar otras acciones fuera de lo que requiere la continuación de una verdadera historia. ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias».

jueves, agosto 25, 2005

Segunda parte. Capítulo VII

Sancho reclama un salario para seguir ejerciendo de escudero, pero el hábil don Quijote le ofrece el trabajo sin variar la prometida recompensa de una ínsula si la suerte del caballero andante así lo determina.

«Mira, Sancho, yo bien te señalaría salario, si hubiera hallado en alguna de las historias de los caballeros andantes ejemplo que me descubriese y mostrase por algún pequeño resquicio, qué es lo que solían ganar cada mes o cada año; pero yo he leído todas, o las más de sus historias, y no me acuerdo haber leído que ningún caballero andante haya señalado conocido salario a su escudero. Solo sé que todos servían a merced, y que cuando menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido bien la suerte, se hallaban premiados con una ínsula o con otra cosa equivalente, y, por lo menos, quedaban con título y señoría. Si con estas esperanzas y aditamentos vos, Sancho, gustáis de volver a servirme, sea en buena hora; que pensar que yo he de sacar de sus términos y quicios la antigua usanza de la caballería andante, es pensar en lo escusado. Así que, Sancho mío, volveos a vuestra casa y declarad a vuestra Teresa mi intención, y si ella gustare y vos gustáredes de estar a merced conmigo, bene quidem, y si no, tan amigos como de antes; que si al palomar no le falta cebo, no le faltarán palomas. Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión, y buena queja que mala paga. Hablo de esta manera, Sancho, por daros a entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos. Y, finalmente, quiero decir, y os digo, que si no queréis venir a merced conmigo, y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo; que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos y no tan empachados, ni tan habladores como vos».

viernes, agosto 12, 2005

Segunda parte. Capítulo VI

La sobrina desata la ira de don Quijote con solo decir que las historias de caballeros andantes son fábula y mentira.

«Por el Dios que me sustenta —dijo don Quijote—, que si no fueras mi sobrina derechamente, como hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en ti por la blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo. ¿Cómo que es posible que una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas se atreva a poner lengua y a censurar las historias de los caballeros andantes? ¿Qué dijera el señor Amadís si lo tal oyera? Pero a buen seguro que él te perdonara, porque fue el mas humilde y cortés caballero de su tiempo, y demás, grande amparador de las doncellas; mas tal te pudiera haber oído, que no te fuera bien dello; que no todos son corteses ni bien mirados: algunos hay follones y descomedidos. Ni todos los que se llaman caballeros lo son de todo en todo, que unos son de oro, otros de alquimia y todos parecen caballeros, pero no todos pueden estar al toque de la piedra de la verdad. Hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos; aquellos se levantan, o con la ambición, o con la virtud, estos se abajan, o con la flojedad, o con el vicio, y es menester aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caballeros tan parecidos en los nombres y tan distantes en las acciones».

jueves, agosto 11, 2005

Segunda parte. Capítulo V

Sancho trata de persuadir a su mujer de los beneficios que obtendrá de la tercera salida que va a emprender de escudero con don Quijote. Pero ésta no se deja convencer por las riquezas, las ínsulas y los títulos:

«Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras, ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas; Cascajo se llamó mi padre, y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman Teresa Panza, que a buena razón me habían de llamar Teresa Cascajo. Pero allá van reyes do quieren leyes, y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima que pese tanto, que no le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán. «¡Mirad que entonada va la pazpuerca: ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos!» Si Dios me guarda mis siete o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto».

lunes, agosto 08, 2005

Segunda parte. Capítulo IV

Todavía no sabemos si habrá segunda parte del Quijote:

«—Y ¿por ventura —dijo don Quijote—, promete el autor segunda parte?
—Sí promete —respondió Sansón—; pero dice que no ha hallado ni sabe quién la tiene, y, así, estamos en duda si saldrá o no; y, así, por esto, como porque algunos dicen: «Nunca segundas partes fueron buenas», y otros: «De las cosas de don Quijote bastan las escritas», se duda que no ha de haber segunda parte, aunque algunos que son mas joviales que saturninos dicen: «Vengan más quijotadas, embista don Quijote y hable Sancho Panza, y sea lo que fuere; que con eso nos contentamos».
—Y ¿a qué se atiene el autor?
—A que —respondió Sansón— en hallando que halle la historia que él va buscando con extraordinarias diligencias, la dará luego a la estampa, llevado más del interés que de darla se le sigue, que de otra alabanza alguna.
A lo que dijo Sancho:
—¿Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte, porque no hará sino harbar, harbar como sastre en vísperas de pascuas, y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfeción que requieren; atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace; que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no sólo segunda parte, sino ciento; debe de pensar el buen hombre, sin duda, que nos dormimos aquí en las pajas; pues ténganos el pie al herrar y verá del que cosqueamos. Lo que yo sé decir es que si mi señor tomase mi consejo, ya habíamos de estar en esas campañas deshaciendo agravios y enderezando tuertos, como es uso y costumbre de los buenos andantes caballeros».

viernes, agosto 05, 2005

Segunda parte. Capítulo III

El bachiller Sansón Carrasco va a contarles las consecuencias de la publicación del libro Don Quijote que ha escrito el historiador moro Cide Hamete Benengeli.

«—Una de las tachas que ponen a la tal historia —dijo el bachiller— es que su autor puso en ella una novela intitulada El Curioso impertinente, no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que ver con la historia de su merced del señor don Quijote.
—Yo apostaré —replicó Sancho— que ha mezclado el hideperro berzas con capachos.
—Ahora digo —dijo don Quijote— que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador que, a tiento y sin algún discurso, se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacia Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba, respondió: «Lo que saliere»; tal vez pintaba un gallo de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas escribiese junto a él: «este es gallo»; y así debe de ser de mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla.
—Eso no —respondió Sansón—; porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella; los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran, y, finalmente, es tan trillada y tan leída, y tan sabida de todo genero de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante», y los que más se han dado a su lectura son los pajes. No hay antecámara de señor, donde no se halle un Don Quijote; unos le toman, si otros le dejan; estos le embisten y aquellos le piden; finalmente, la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto; porque en toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta, ni un pensamiento menos que católico».

miércoles, agosto 03, 2005

Segunda parte. Capítulo II

En este capítulo da comienzo una jugosa conversación entre don Quijote y Sancho que lo es de principio a fin:

«En tanto, don Quijote se encerró con Sancho en su aposento, y, estando solos, le dijo:
—Mucho me pesa, Sancho, que hayas dicho y digas que yo fui el que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo no me quedé en mis casas; juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos; una misma fortuna y una misma suerte ha corrido por los dos; si a ti te mantearon una vez, a mi me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja.
—Eso estaba puesto en razón —respondió Sancho—, porque, según vuestra merced dice, mas anejas son a los caballeros andantes las desgracias que a sus escuderos.
—Engáñaste, Sancho -dijo don Quijote—, según aquello, quando caput dolet, etc.
—No entiendo otra lengua que la mía —respondió Sancho.
—Quiero decir —dijo don Quijote— que cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen, y, así, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeza y tú mi parte, pues eres mi criado, y por esta razón el mal que a mí me toca o tocare, a ti te ha de doler y a mí el tuyo.
—Así había de ser —dijo Sancho—; pero cuando a mi me manteaban como a miembro, se estaba mi cabeza detrás de las bardas, mirándome volar
por los aires, sin sentir dolor alguno, y pues los miembros están obligados a dolerse del mal de la cabeza, había de estar obligada ella a dolerse dellos».

lunes, agosto 01, 2005

Segunda parte. Capítulo primero

«Cuenta Cide Hamete Benengeli, en la segunda parte desta historia y tercera salida de don Quijote, que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas; pero no por esto dejaron de visitar a su sobrina y a su ama, encargándolas tuviesen cuenta con regalarle, dándole a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y el celebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura. Las cuales dijeron que así lo hacían, y lo harían, con la voluntad y cuidado posible, porque echaban de ver que su señor por momentos iba dando muestras de estar en su entero juicio; de lo cual recibieron los dos gran contento, por parecerles que habían acertado en haberle traído encantado en el carro de los bueyes, como se contó en la primera parte desta tan grande como puntual historia, en su último capítulo. Y así, determinaron de visitarle y hacer esperiencia de su mejoría, aunque tenían casi por imposible que la tuviese, y acordaron de no tocarle en ningún punto de la andante caballería, por no ponerse a peligro de descoser los de la herida, que tan tiernos estaban. Visitáronle, en fin, y halláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde, con un bonete colorado toledano; y estaba tan seco y amojamado, que no parecía sino hecho de carne momia».