domingo, octubre 30, 2005

Segunda parte. Capítulo XXVI

«En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo extremo. Antes que amaneciese se fue el que llevaba las lanzas y las alabardas, y ya después de amanecido se vinieron a despedir de don Quijote el primo y el paje, el uno para volverse a su tierra, y el otro, a proseguir su camino, para ayuda del cual le dio don Quijote una docena de reales. Maese Pedro no quiso volver a entrar en más dimes ni diretes con don Quijote, a quien él conocía muy bien, y así, madrugó antes que el sol y, cogiendo las reliquias de su retablo y a su mono, se fue también a buscar sus aventuras. El ventero, que no conocía a don Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su liberalidad».

Don Quijote es definido como «liberal en todo extremo», pues tal palabra apuntaba en esta época primordialmente a la liberalidad con que obran las personas. La generosidad la demuestra don Quijote en este capítulo pagando a maese Pedro los destrozos que le ha causado en su retablo de representaciones.

sábado, octubre 29, 2005

Segunda parte. Capítulo XXV

A la pregunta de don Quijote de quién es el maese Pedro que ha llegado a la venta, responde el ventero:

«Este es un famoso titerero que ha muchos días que anda por esta Mancha de Aragón enseñando un retablo de Melisendra libertada por el famoso don Gaiferos, que es una de las mejores y más bien representadas historias que de muchos años a esta parte en este reino se han visto; trae asimismo consigo un mono de la más rara habilidad que se vio entre monos, ni se imaginó entre hombres, porque si le preguntan algo, está atento a lo que le preguntan, y luego salta sobre los hombros de su amo, y llegándosele al oído le dice la respuesta de lo que le preguntan, y maese Pedro la declara luego; y de las cosas pasadas dice mucho más que de las que están por venir, y aunque no todas veces acierta en todas, en las más no yerra, de modo, que nos hace creer que tiene el diablo en el cuerpo; dos reales lleva por cada pregunta, si es que el mono responde, quiero decir, si responde el amo por él, después de haberle hablado al oído; y, así, se cree que el tal maese Pedro está riquísimo; y es hombre galante, como dicen en Italia, y bon compaño, y dase la mejor vida del mundo; habla más que seis y bebe más que doce, todo a costa de su lengua y de su mono y de su retablo».

sábado, octubre 22, 2005

Segunda parte. Capítulo XXIV

«Y en esto llegaron a la venta a tiempo que anochecía, y no sin gusto de Sancho, por ver que su señor la juzgó por verdadera venta y no por castillo, como solía. No hubieron bien entrado, cuando don Quijote preguntó al ventero por el hombre de las lanzas y alabardas, el cual le respondió que en la caballeriza estaba acomodando el macho; lo mismo hicieron de sus jumentos el sobrino y Sancho, dando a Rocinante el mejor pesebre y el mejor lugar de la caballeriza».

Es venta y no castillo, pero no por ello está peor preparada para alojar tanto a los huéspedes como a sus acompañantes equinos.

jueves, octubre 20, 2005

Segunda parte. Capítulo XXIII

Cuenta don Quijote lo que le ha ocurrido dentro de la cueva de Montesinos, un lugar encantado a juzgar por la historia.

«Oyéronse en esto grandes alaridos y llantos, acompañados de profundos gemidos y angustiados sollozos; volví la cabeza y vi por las paredes de cristal que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos sobre las cabezas, al modo turquesco; al cabo y fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas, que besaban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras; era cejijunta y la nariz algo chata, la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne momia, según venía seco y amojamado; díjome Montesinos cómo toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última que traía el corazón entre el lienzo y en las manos era la señora Belerma, la cual, con sus doncellas, cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza».

lunes, octubre 17, 2005

Segunda parte. Capítulo XXII

Don Quijote está decidido a acometer todo tipo de aventuras. Como la de adentrarse en la cueva de Montesinos.

«Don Quijote dijo que aunque llegase al abismo, había de ver donde paraba, y, así, compraron casi cien brazas de soga, y otro día, a las dos de la tarde, llegaron a la cueva, cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas, tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren. En viéndola, se apearon el primo, Sancho y don Quijote, al cual los dos le ataron luego fortísimamente con las sogas; y en tanto que le fajaban y ceñían, le dijo Sancho:
—Mire vuestra merced, señor mío, lo que hace, no se quiera sepultar en vida, ni se ponga adonde parezca frasco que le ponen a enfriar en algún pozo. Si que a vuestra merced no le toca ni atañe ser el escudriñador desta que debe de ser peor que mazmorra.
—Ata y calla —respondió don Quijote—; que tal empresa como aquesta, Sancho amigo, para mí estaba guardada».

sábado, octubre 15, 2005

Segunda parte. Capítulo XXI

Las bodas de Camacho y Quiteria. La novia abandonó su amor por Basilio para casarse con el rico Camacho. Cuando Basilio llega al lugar de la ceremonia, se clava una espada y empapado en sangre ruega a su amada, en una larga plática, que lo acepte como esposo.

«Para estar tan herido este mancebo —dijo a este punto Sancho Panza—, mucho habla; háganle que se deje de requiebros y que atienda a su alma; que, a mi parecer, más la tiene en la lengua que en los dientes».

jueves, octubre 13, 2005

Segunda parte. Capítulo XX

Acuden a las bodas de Camacho, cuyo banquete fue de los que ahora llamamos celebrar algo por todo lo alto.

«Contó Sancho más de sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno y todos llenos, según después pareció, de generosos vinos; así había rimeros de pan blanquísimo como los suele haber de montones de trigo en las eras; los quesos puestos como ladrillos en rejales formaban una muralla, y dos calderas de aceite mayores que las de un tinte servían de freír cosas de masa, que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zabullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba. Los cocineros y cocineras pasaban de cincuenta, todos limpios, todos diligentes y todos contentos. En el dilatado vientre del novillo estaban doce tiernos y pequeños lechones que, cosidos por encima, servían de darle sabor y enternecerle; las especias de diversas suertes no parecía haberlas comprado por libras, sino por arrobas, y todas estaban de manifiesto en una grande arca. Finalmente, el aparato de la boda era rústico, pero tan abundante, que podía sustentar a un ejército».

sábado, octubre 08, 2005

Segunda parte. Capítulo XIX

Sancho y la "prevaricación del buen lenguaje" que le reprocha don Quijote.

«—¿Adónde vas a parar, Sancho, que seas maldito? —dijo don Quijote—. Que cuando comienzas a ensartar refranes y cuentos, no te puede esperar sino el mesmo Judas, que te lleve. Dime, animal, ¿qué sabes tú de clavos, ni de rodajas, ni de otra cosa ninguna?
—Oh, pues si no me entienden —respondió Sancho—, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates; pero no importa, yo me lo entiendo y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho, sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos y aun de mis hechos.
Fiscal has de decir —dijo don Quijote—, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda.
—No se apunte vuestra merced conmigo —respondió Sancho—, pues sabe que no me he criado en la corte, ni he estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos. Sí, que válgame Dios, no hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano, y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto del hablar polido».

miércoles, octubre 05, 2005

Segunda parte. Capítulo XVIII

En casa de don Diego de Miranda, el hidalgo del Verde Gabán, habla con el hijo de éste. Es preguntado don Quijote por la ciencia de la andante caballería y responde con una larga explicación de los saberes que comprende el oficio de caballero andante.

«Es una ciencia —replicó don Quijote— que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa clara y distintamente adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuantas horas son pasadas de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas, y, dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, decendiendo a otras menudencias, digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao; ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno, y, volviendo a lo de arriba, ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante, porque vea vuesa merced, señor don Lorenzo, si es ciencia mocosa lo que aprende el caballero que la estudia y la profesa, y si se puede igualar a las más estiradas que en los ginasios y escuelas se enseñan».

lunes, octubre 03, 2005

Segunda parte. Capítulo XVII

En una carreta llevan dos leones para la Corte. Y don Quijote convence al leonero para que le deje enfrentarse a las bestias. Quiere poner a prueba su valentía y nadie es capaz de quitarle tal idea de la cabeza.

«Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciese locura semejante, que era tentar a Dios acometer tal disparate. A lo que respondió don Quijote, que él sabía lo que hacía. Respondiole el hidalgo que lo mirase bien, que él entendía que se engañaba.
—Ahora, señor —replicó don Quijote,— si vuesa merced no quiere ser oyente desta que a su parecer ha de ser tragedia, pique la tordilla y póngase en salvo.
Oído lo cual por Sancho, con lágrimas en los ojos le suplicó desistiese de tal empresa, en cuya comparación habían sido tortas y pan pintado la de los molinos de viento y la temerosa de los batanes y, finalmente, todas las hazañas que había acometido en todo el discurso de su vida.
—Mire, señor —decía Sancho—, que aquí no hay encanto ni cosa que lo valga; que yo he visto por entre las verjas y resquicios de la jaula una uña de león verdadero, y saco por ella que el tal león cuya debe de ser la tal uña es mayor que una montaña».

sábado, octubre 01, 2005

Segunda parte. Capítulo XVI

Don Quijote y el hidalgo del Verde Gabán conversan por el camino sobre sus vidas. Éste muestra su preocupación porque su hijo ha decidido estudiar poesía y no leyes como él querría. Don Quijote le responde:

«Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y, así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que, cuando grandes, sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante, que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado, y aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee».