domingo, enero 29, 2006

Segunda parte. Capítulo XL

Empieza el capítulo con un elogio al autor de este relato, que como todos los lectores de la historia de don Quijote saben es Cide Hamete Benengeli.

«Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historias como esta deben de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a luz distintamente. Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta. ¡Oh autor celebérrimo! ¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa! ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes».

domingo, enero 15, 2006

Segunda parte. Capítulo XXXIX

La dueña Dolorida cuenta lo ocurrido por un encantamento del gigante Malambruno. Las consecuencias de éste aparecen a la vista de todos en este pasaje:

«Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venían, y descubrieron los rostros todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas, y cuáles albarrazadas, de cuya vista mostraron quedar admirados el duque y la duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes, y la Trifaldi prosiguió:
—Desta manera nos castigó aquel follón y malintencionado de Malambruno, cubriendo la blandura y morbidez de nuestros rostros con la aspereza destas cerdas; que pluguiera al cielo que antes con su desmesurado alfanje nos hubiera derribado las testas, que no que nos asombrara la luz de nuestras caras con esta borra que nos cubre...»

lunes, enero 09, 2006

Segunda parte. Capítulo XXXVIII

Así habla la dueña Dolorida o dolorosísima dueñísima, antes de contar su historia, y así le responde Sancho:

«—Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima en vuestros valerosísimos pechos acogimiento no menos plácido que generoso y doloroso; porque ella es tal que es bastante a enternecer los mármoles y a ablandar los diamantes y a molificar los aceros de los más endurecidos corazones del mundo; pero antes que salga a la plaza de vuestros oídos, por no decir orejas, quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía, el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima, y su escuderísimo Panza.
—El Panza —antes que otro respondiese, dijo Sancho— aquí está, y el don Quijotísimo asimismo; y, así, podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis; que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.»

jueves, enero 05, 2006

Segunda parte. Capítulo XXXVII

Sancho aprovecha cualquier ocasión para opinar, en este caso sobre las dueñas:

«No querría yo que esta señora dueña pusiese algún tropiezo a la promesa de mi gobierno, porque yo he oído decir a un boticario toledano, que hablaba como un silguero, que donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena. ¡Válame Dios y qué mal estaba con ellas el tal boticario!; de lo que yo saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes, de cualquiera calidad y condición que sean, ¿qué serán las que son doloridas, como han dicho que es esta condesa Tres Faldas o Tres Colas?; que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno».

martes, enero 03, 2006

Segunda parte. Capítulo XXXVI

Imprescindible, la carta de Sancho a su mujer, en la que le resume los últimos acontecimientos.

CARTA DE SANCHO PANZA A TERESA PANZA, SU MUJER

Si buenos azotes me daban, bien caballero me iba; si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta. Esto no lo entenderás tú, Teresa mía, por ahora; otra vez lo sabrás. Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, que es lo que hace al caso, porque todo otro andar es andar a gatas. Mujer de un gobernador eres, ¡mira si te roerá nadie los zancajos! Ahí te envío un vestido verde de cazador que me dio mi señora la duquesa; acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija. Don Quijote, mi amo, según he oído decir en esta tierra, es un loco cuerdo y un mentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga. Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de mí para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo; con tres mil y trecientos azotes menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la parió. No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo; tomarele el pulso y avisarete si has de venir a estar conmigo o no. El rucio está bueno, y se te encomienda mucho, y no lo pienso dejar aunque me llevaran a ser Gran Turco. La duquesa, mi señora, te besa mil veces las manos; vuélvele el retorno con dos mil, que no hay cosa que menos cueste ni valga más barata, según dice mi amo, que los buenos comedimientos. No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos como la de marras; pero no te dé pena, Teresa mía, que en salvo está el que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno; sino que me ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo de comer las manos tras él, y, si así fuese, no me costaría muy barato, aunque los estropeados y mancos ya tienen su calonjía en la limosna que piden; así que, por una vía o por otra, tú has de ser rica, de buena ventura. Dios te la dé como puede, y a mí me guarde para servirte. Deste castillo, a veinte de julio.

Tu marido el gobernador,
SANCHO PANZA.