Se encuentran por el camino con una carreta de representantes (actores) que marchan hacia un pueblo cercano. El trato con estos hombres que van caracterizados de demonios, emperadores y ángeles termina mal, pues uno de ellos intenta irse con el jumento (asno) de Sancho. Finalmente, recuperan el animal y Sancho desecha la idea de castigar por la fechoría a esta gente de la farándula, presuntos privilegiados de la justicia.
«Y así era la verdad, porque habiendo caído el Diablo con el rucio, por imitar a don Quijote y a Rocinante, el Diablo se fue a pie al pueblo, y el jumento se volvió a su amo.
—Con todo eso —dijo don Quijote—, será bien castigar el descomedimiento de aquel demonio en alguno de los de la carreta, aunque sea el mesmo Emperador.
—Quítesele a vuestra merced eso de la imaginación —replicó Sancho—, y tome mi consejo, que es que nunca se tome con farsantes, que es gente favorecida. Recitante he visto yo estar preso por dos muertes y salir libre y sin costas. Sepa vuesa merced que, como son gentes alegres y de placer, todos los favorecen, todos los amparan, ayudan y estiman, y más siendo de aquellos de las compañías reales y de título, que todos, o los más, en sus trajes y compostura parecen unos príncipes».
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