viernes, abril 08, 2005

Capítulo XXVI

Estando don Quijote en la sierra, emprende la vuelta Sancho. Conversando con el cura y el barbero, se preocupa por la futura recompensa de su trabajo de escudero:

«Y así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor; que cosa contingente y muy agible era venir con el discurso del tiempo a ser emperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo o otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:
—Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saber agora qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos.
—Suélenles dar —respondió el cura— algún beneficio simple o curado, o alguna sacristanía, que les vale mucho de renta rentada, amén del pie de altar, que se suele estimar en otro tanto.
—Para eso será menester —replicó Sancho— que el escudero no sea casado, y que sepa ayudar a misa, por lo menos; y, si esto es así, ¡desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del abecé! ¿Qué será de mí si a mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?
—No tengáis pena, Sancho amigo —dijo el barbero—; que aquí rogaremos a vuestro amo, y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, a causa de que él es más valiente que estudiante».

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