sábado, diciembre 31, 2005

Y esto sigue

Porque aunque termine el año del Quijote, hay que cumplir con el objetivo marcado. Y en las primeras semanas del 2006 continuaré con la lectura pública o publicada de la obra de Cervantes que realizo en este blog. Apenas me quedan, por cierto, unas pocas docenas de capítulos, pero es que no siempre han dispuesto don Quijote y Sancho del tiempo que merecían por mi parte. Aunque en un principio preveía culminar la experiencia quijotesca por estas fechas, esto sigue...

viernes, diciembre 23, 2005

Segunda parte. Capítulo XXXV

Una descripción precisa del carro que se acerca con dos figuras antagónicas sobre él.

«Al compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que llaman triunfales, tirado de seis mulas pardas encubertadas, empero, de lienzo blanco, y sobre cada una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de blanco, con una hacha de cera grande, encendida, en la mano; era el carro dos veces, y aun tres, mayor que los pasados, y los lados y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos como la nieve, todos con sus hachas encendidas, vista que admiraba y espantaba juntamente; y en un levantado trono venía sentada una ninfa vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos ellos infinitas hojas de argentería de oro, que la hacían, si no rica, a lo menos, vistosamente vestida; traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal, de modo, que, sin impedirlo sus lizos, por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella; y las muchas luces daban lugar para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no llegaban a veinte ni bajaban de diez y siete; junto a ella venía una figura vestida de una ropa de las que llaman rozagantes, hasta los pies, cubierta la cabeza con un velo negro; pero al punto que llegó el carro a estar frente a frente de los duques y de don Quijote, cesó la música de las chirimías, y luego la de las arpas y laúdes que en el carro sonaban; y, levantándose en pie la figura de la ropa, la apartó a entrambos lados, y, quitándose el velo del rostro, descubrió patentemente ser la mesma figura de la Muerte descarnada y fea, de que don Quijote recibió pesadumbre, y Sancho miedo, y los duques hicieron algún sentimiento temeroso».

jueves, diciembre 08, 2005

Segunda parte. Capítulo XXXIV

En una montería, opiniones encontradas acerca de la caza y los gobernantes que la practican.

«—Eso es lo que yo digo -respondió Sancho—, que no querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno.
—Antes os engañáis, Sancho —respondió el duque—, porque el ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los reyes y príncipes que otro alguno. La caza es una imagen de la guerra: hay en ella estratagemas, astucias, insidias para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables, menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos; y lo mejor que él tiene es que no es para todos, como lo es el de los otros géneros de caza, excepto el de la volatería, que también es sólo para reyes y grandes señores. Así que, ¡oh Sancho!, mudad de opinión, y, cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento».

martes, diciembre 06, 2005

Segunda parte. Capítulo XXXIII

¿Ha existido alguien con una capacidad mayor para ensartar refranes en su discurso?

«Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia; que, maguera tonto, se me entiende aquel refrán de por su mal le nacieron alas a la hormiga; y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escudero al cielo que no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como en Francia, y de noche todos los gatos son pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado; y no hay estomago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de paja y de heno, y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y despensero; y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de limiste de Segovia; y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro; que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese, y a buenas noches; y torno a decir que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré no dárseme nada por discreto; y yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce; y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Bamba para ser rey de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten».

domingo, diciembre 04, 2005

Segunda parte. Capítulo XXXII

«El maestresala respondió que en todo sería servido el señor Sancho, y, con esto, se fue a comer y llevó consigo a Sancho, quedándose a la mesa los duques y don Quijote hablando en muchas y diversas cosas pero todas tocantes al ejercicio de las armas y de la andante caballería. La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese, pues parecía tener felice memoria, la hermosura y facciones de la señora Dulcinea del Toboso, que, según lo que la fama pregonaba de su belleza, tenía por entendido que debía de ser la más bella criatura del orbe y aun de toda la Mancha. Sospiró don Quijote oyendo lo que la duquesa le mandaba, y dijo:
—Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de vuestra grandeza, aquí sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar, porque vuestra excelencia la viera en él toda retratada; pero ¿para qué es ponerme yo ahora a delinear y describir punto por punto y parte por parte la hermosura de la sin par Dulcinea, siendo carga digna de otros hombros que de los míos, empresa en quien se debían ocupar los pinceles de Parrasio, de Timantes y de Apeles, y los buriles de Lisipo, para pintarla y grabarla en tablas, en mármoles y en bronces, y la retórica ciceroniana y demostina para alabarla?»

El sentimiento hacia Dulcinea es tan grande que, como se suele decir, no tiene palabras.