domingo, diciembre 04, 2005

Segunda parte. Capítulo XXXII

«El maestresala respondió que en todo sería servido el señor Sancho, y, con esto, se fue a comer y llevó consigo a Sancho, quedándose a la mesa los duques y don Quijote hablando en muchas y diversas cosas pero todas tocantes al ejercicio de las armas y de la andante caballería. La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese, pues parecía tener felice memoria, la hermosura y facciones de la señora Dulcinea del Toboso, que, según lo que la fama pregonaba de su belleza, tenía por entendido que debía de ser la más bella criatura del orbe y aun de toda la Mancha. Sospiró don Quijote oyendo lo que la duquesa le mandaba, y dijo:
—Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de vuestra grandeza, aquí sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar, porque vuestra excelencia la viera en él toda retratada; pero ¿para qué es ponerme yo ahora a delinear y describir punto por punto y parte por parte la hermosura de la sin par Dulcinea, siendo carga digna de otros hombros que de los míos, empresa en quien se debían ocupar los pinceles de Parrasio, de Timantes y de Apeles, y los buriles de Lisipo, para pintarla y grabarla en tablas, en mármoles y en bronces, y la retórica ciceroniana y demostina para alabarla?»

El sentimiento hacia Dulcinea es tan grande que, como se suele decir, no tiene palabras.

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