viernes, diciembre 23, 2005

Segunda parte. Capítulo XXXV

Una descripción precisa del carro que se acerca con dos figuras antagónicas sobre él.

«Al compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que llaman triunfales, tirado de seis mulas pardas encubertadas, empero, de lienzo blanco, y sobre cada una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de blanco, con una hacha de cera grande, encendida, en la mano; era el carro dos veces, y aun tres, mayor que los pasados, y los lados y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos como la nieve, todos con sus hachas encendidas, vista que admiraba y espantaba juntamente; y en un levantado trono venía sentada una ninfa vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos ellos infinitas hojas de argentería de oro, que la hacían, si no rica, a lo menos, vistosamente vestida; traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal, de modo, que, sin impedirlo sus lizos, por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella; y las muchas luces daban lugar para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no llegaban a veinte ni bajaban de diez y siete; junto a ella venía una figura vestida de una ropa de las que llaman rozagantes, hasta los pies, cubierta la cabeza con un velo negro; pero al punto que llegó el carro a estar frente a frente de los duques y de don Quijote, cesó la música de las chirimías, y luego la de las arpas y laúdes que en el carro sonaban; y, levantándose en pie la figura de la ropa, la apartó a entrambos lados, y, quitándose el velo del rostro, descubrió patentemente ser la mesma figura de la Muerte descarnada y fea, de que don Quijote recibió pesadumbre, y Sancho miedo, y los duques hicieron algún sentimiento temeroso».

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