Don Quijote cree que ha matado a un gigante, pero Sancho le cuenta lo ocurrido con los cueros de vino. Sancho está triste tras comprobar que la princesa Micomicona es realmente Dorotea, quien no podrá ya recompensarles el esfuerzo con los reinos prometidos.
«(...) con malencónico semblante entró a su amo, el cual acababa de despertar, a quien dijo:
—Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante ni de volver a la princesa su reino; que ya todo está hecho y concluido.
—Eso creo yo bien —respondió don Quijote—, porque he tenido con el gigante la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mi vida; y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo; y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra, como si fueran de agua.
—Como si fueran de vino tinto pudiera vuestra merced decir mejor —respondió Sancho—; porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta que me parió, y llévelo todo Satanás».
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