viernes, septiembre 02, 2005

Segunda parte. Capítulo IX

Buscando, de noche, la casa de Dulcinea en el Toboso, encuentran algún obstáculo:

«—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea; quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol —respondió Sancho—, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote—, en algún pequeño apartamiento de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
—Señor —dijo Sancho—, ya que vuestra merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de mi señora Dulcinea, ¿es hora esta, por ventura, de hallar la puerta abierta?; ¿y será bien que demos aldabazos para que nos oyan y nos abran, metiendo en alboroto y rumor toda la gente?; ¿vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan y llaman y entran a cualquier hora, por tarde que sea?
—Hallemos primero una por una el alcázar —replicó don Quijote—; que entonces yo te diré, Sancho, lo que será bien que hagamos, y advierte, Sancho, que yo veo poco, o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre, la debe de hacer el palacio de Dulcinea.
—Pues guíe vuestra merced —respondió Sancho—; quizá será así: aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que es ahora de día.
Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacia la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos dado, Sancho».

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