martes, septiembre 20, 2005

Segunda parte. Capítulo XIII

El Caballero del Bosque y su escudero. Conversa este último con Sancho sobre los hijos de cada uno:

«—Dos tengo yo —dijo Sancho—, que se pueden presentar al papa en persona, especialmente una muchacha, a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre.
—Y ¿qué edad tiene esa señora que se cría para condesa? —preguntó el del Bosque.
—Quince años, dos más a menos —respondió Sancho—; pero es tan grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de abril, y tiene una fuerza de un ganapán.
—Partes son esas —respondió el del Bosque—, no sólo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque. ¡O hideputa puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno:
—Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios queriendo, mientras yo viviere. Y háblese mas comedidamente; que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
—¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced —replicó el del Bosque—, de achaque de alabanzas, señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: «¡oh hideputa puto, y qué bien que lo ha hecho!», y aquello que parece vituperio en aquel término, es alabanza notable? Y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes».

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