jueves, abril 20, 2006

Segunda parte. Capítulo L

La familia de Sancho recibe noticias del gobernador de la ínsula Barataria. Y así hablan Teresa Panza y su hija Sanchica sobre lo que les espera con la actual fortuna concedida por los duques:

«—Señor cura, eche cata por ahí si hay alguien que vaya a Madrid o a Toledo, para que me compre un verdugado redondo, hecho y derecho, y sea al uso y de los mejores que hubiere; que en verdad en verdad que tengo de honrar el gobierno de mi marido en cuanto yo pudiere, y aún que, si me enojo, me tengo de ir a esa corte y echar un coche como todas; que la que tiene marido gobernador muy bien le puede traer y sustentar.
—Y ¡cómo, madre! —dijo Sanchica—. Pluguiese a Dios que fuese antes hoy que mañana, aunque dijesen los que me viesen ir sentada con mi señora madre en aquel coche: «¡Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y cómo va sentada y tendida en el coche, como si fuera una papesa!» Pero pisen ellos los lodos y ándeme yo en mi coche levantados los pies del suelo. ¡Mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo; y ándeme yo caliente y ríase la gente! ¿Digo bien, madre mía?»

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