El anterior capítulo terminó en un momento álgido de la narración, es decir, cuando están «las espaldas en alto» en la batalla que mantienen don Quijote y el vizcaíno. El noveno capítulo abre la segunda parte de las cuatro que contenía la edición de 1605, retomando la acción donde quedó suspendida. Pero la historia continúa a partir del manuscrito de esa segunda parte -de un autor morisco al que hubo de traducir- que Cervantes dice haber encontrado. Antes de seguir con la novela, explica estas circunstancias y descarga en el imaginario historiador Cide Hamete Berengeli la responsabilidad del relato:
«Otras algunas menudencias había que advertir; pero todas son de poca importancia, y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala como sea verdadera. Si a esta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos, aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y así me parece a mí, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En esta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del sujeto».
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