lunes, octubre 17, 2005

Segunda parte. Capítulo XXII

Don Quijote está decidido a acometer todo tipo de aventuras. Como la de adentrarse en la cueva de Montesinos.

«Don Quijote dijo que aunque llegase al abismo, había de ver donde paraba, y, así, compraron casi cien brazas de soga, y otro día, a las dos de la tarde, llegaron a la cueva, cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas, tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren. En viéndola, se apearon el primo, Sancho y don Quijote, al cual los dos le ataron luego fortísimamente con las sogas; y en tanto que le fajaban y ceñían, le dijo Sancho:
—Mire vuestra merced, señor mío, lo que hace, no se quiera sepultar en vida, ni se ponga adonde parezca frasco que le ponen a enfriar en algún pozo. Si que a vuestra merced no le toca ni atañe ser el escudriñador desta que debe de ser peor que mazmorra.
—Ata y calla —respondió don Quijote—; que tal empresa como aquesta, Sancho amigo, para mí estaba guardada».

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