miércoles, enero 05, 2005

Capítulo II

En la primera salida de don Quijote, ya empieza a funcionar su imaginación. Y se para en una venta que no es castillo, donde encuentra unas damas que no son tales. El bacallao o abadejo que le dan de comer es un plato de truchas para don Quijote.

«Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta por el fresco, y trájole el huésped una porción de mal remojado, y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas. Pero era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos, si otro no se lo daba y ponía; y así una de aquellas señoras sería de este menester; mas el darle de beber no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro, le iba echando el vino. Y todo esto lo recibía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su determinación y salida».

1 comentario:

mql dijo...

José Saramago, Premio Nobel de Literatura, dijo deberle toda su cultura a El Quijote y que ese sería el libro que se llevaría con él a una isla desierta, con la seguridad de saber que aunque viviera mil años en esa isla siempre encontraría en El Quijote ese sitio inmortal de la humanidad mientras la humanidad se encontrara en este planeta.